LITERATURA

JULIO CORTAZAR

Hijo de padres argentinos, nació en Bruselas en 1914 y residió en Buenos Aires desde los cuatro años. 
Trabajó como maestro en varios pueblos argentinos y posteriormente se graduó en Letras. 
Bajo el seudónimo de Julio Denis publicó su primer libro de poemas, «Presencia», en 1938.  Gracias a una beca del gobierno francés, se instaló en Paris en 1951 donde además se dedicó a las traducciones para mejorar su situación económica. Posteriormente se vinculó a la Unesco trabajando allí hasta su jubilación.  
Además de numerosas novelas y escritos, sobresale su poema dramático «Los Reyes» en 1949.
Murió en Paris en 1984.



CASA TOMADA 

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. 
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo -le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. 
Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. 
Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde. 
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto  del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en 
la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. 
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. 
Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pulóver está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila, Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban 
constantemente los ovillos. Era hermoso. 
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. 
Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la 
cocina y al baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires ser! una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombo! de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero vuela y se suspende en el aire, un momento después se 
deposita de nuevo en los muebles y los pianos. 
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornado puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el 
cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. 
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo. 
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. 
-¿Estás seguro ? 
Asentí. 
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado. 
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. 
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza. 
-No está aquí. 
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa. 
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no. daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque resulta molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar.
Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre. 
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía: 
-Fíjate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol? 
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. 
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios. 
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiado ruido de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.) 
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro. 
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuertes pero siempre sordos,. a espaldas nuestras. 
Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. 
Ahora no se oía nada. 
-Han tomado esta parte --dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo. 
. -¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente. 
-No, nada. 
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora. 
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada. 



Charles Bukowski

Sé amable...

Siempre nos piden
que entendamos el punto de vista
de los otros
sin importar si es
anticuado
necio
asqueroso.

A uno le piden
que entienda
amablemente
todos los errores de los otros
sus vidas desperdiciadas
sobre todo si son 
de edad avanzada.

Pero su edad es lo único
en lo que nos fijamos.

Han envejecido 
mal 
porque han
vivido
sin enfoque,
se han negado
a ver.

Qué no es culpa suya?
culpa de quién?
mía?
se me pide que oculte
mi opinión
ante ellos
por miedo a su
miedo.

La edad no es un crimen
pero la vergüenza 
de una vida
deliberadamente
desperdiciada
entre tantas vidas
deliberadamente
desperdiciadas
si lo es.





Abraza la oscuridad



La confusión es el dios
la locura es el dios
la paz permanente de la vida
es la paz permanente de la muerte.

La agonía puede matar
o puede 
sustentar la vida
pero la paz es siempre horrible
la paz es la peor cosa
caminando
hablando
sonriendo
pareciendo ser.

No olvides las aceras,
las putas, 
la traición,
el gusano en la manzana,
los bares,
las cárceles,
los suicidios de los amantes.

Aquí en Estados Unidos
hemos asesinado a un
presidente y a su hermano,
otro presidente
ha tenido que dejar el cargo.

La gente que cree en la política
es como la gente que cree en dios:
sorben aire con 
pajitas torcidas.

No hay dios
no hay política
no hay paz
no hay amor
no hay control
no hay planes.

Mantente alejado de dios
permanece
angustiado
deslízate.




León Felipe


Cara o cruz

Filósofos,
para alumbrarnos, nosotros los poetas
quemamos hace tiempo
el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron.
Y aún andamos colgados de la sombra.
Oíd,
gritan desde la torre sin vanos de la frente:
¿Quién soy yo?
¿He escapado de un sueño
o navego hacia un sueño?
¿Huí de la casa del Rey
o busco la casa del Rey?
¿Soy príncipe esperado
o príncipe muerto?
¿Se enrolla
o desenrolla el film?
Este túnel
¿me trae o me lleva?
¿Me aguardan los gusanos
o los ángeles?
¿Oísteis?
Es la nueva canción,
y la vieja canción...
¡nuestra pobre canción!
¿Quién soy yo?...
Mi vida está en el aire dando vueltas.

¡Miradla, filósofos, como una moneda que decide!
¿Cara o cruz?...

¡Cruz!
Perdí... Filósofos, perdí.

Yo no soy nadie.
Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina.
Yo no soy nadie.
Y no obstante, estas manos, mis antenas de hormiga,
     han ayudado a clavar la lanza en el costado del mundo
     y detrás de la lupa de la luna hay un ojo que me ve
     como a un microbio royendo el corazón de la Tierra.
Tengo ya cien mil años y hasta ahora no he encontrado otro mástil de más fuerte
    que el silencio y la sombra donde colgar mi orgullo;
    tengo ya cien mil años y mi nombre en el cielo se escribe con lápiz.

El agua, por ejemplo, es más noble que yo.
Por eso las estrellas se duermen en el mar
y mi frente romántica es áspera y opaca.
Detrás de mi frente -filósofos, escuchad esto bien-,
detrás de mi frente hay un viejo dragón :
el sapo negro que saltó de la primera charca del mundo y está aquí, aquí, aquí...
agazapado en mis sesos, sin dejarme ver el Amor y la Justicia.

Yo no soy nadie, nadie.
Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina...
Yo no soy nadie, filósofos...
Y éste es el solo parentesco que tengo con vosotros.





Eduardo Galeano - El libro de los abrazos


La pequeña muerte
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeńa muerte, llaman en Francia a la culminación de] abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeńa muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.

El diagnóstico y la terapéutica
El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia, de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la sopa o el trago. Se puede provocar, pero no se puede impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas. No hay decreto de gobierno que pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las curanderas pregonen, en los mercados, infalibles brebajes con garantía y todo.


Dicen las paredes/2
En Buenos Aires, en el puente de La Boca: Todos prometen y nadie cumple. Vote por nadie. 
En Caracas, en tiempos de crisis, a la entrada de uno de los barrios más pobres: Bienvenida, clase media. 
En Bogotá, a la vuelta de la Universidad Nacional: Dios vive. Y debajo, con otra letra: De puro milagro. 
Y también en Bogotá: Proletarios de todos los países, uníos! Y debajo, con otra letra: ( último aviso.)



Mapamundi/l
El sistema: Con una mano roba lo que con la otra presta. Sus víctimas: Cuanto más pagan, más deben. Cuanto más reciben, menos tienen.
Cuanto más venden, menos cobran.

Mapamundi/2
Al sur, la represión. Al norte, la depresión. No son pocos los intelectuales del norte que se casan con las revoluciones del sur por el puro placer de enviudar. Prestigiosamente lloran, lloran a cántaros, lloran a mares, la muerte de cada ilusión; y nunca demoran demasiado en descubrir que el socialismo es el camino m·s largo para llegar del capitalismo al capitalismo. La moda del norte, moda universal, celebra al arte neutral y aplaude a la víbora que se muerde la cola y la encuentra sabrosa. La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa. No hay m·s magia que la magia del mercado, ni m·s héroes que los banqueros. La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas. En el sur del mundo, enseńa el sistema, la violencia y el hambre no pertenecen a la historia, sino a la naturaleza, y la justicia y la libertad han sido condenadas a odiarse entre sí.

Teología/1
El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.
Han pasado los ańos. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que asÌ sea. Así me salvaré del purgatorio, que estar· lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se hará justicia.
Sinceramente: merecer, merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno... Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sÈ que el pecado carnal est· mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.

Teología/2
El dios de los cristianos, Dios de mi infancia, no hace el amor. Quizás es el  único dios que nunca ha hecho el amor, entre todos los dioses de todas las religiones de la historia humana. Cada vez que lo pienso, siento pena por Èl. Y entonces le perdono que haya sido mi superpap· castigador, jefe de policía del universo, y pienso que al fin y al cabo Dios también supo ser mi amigo en aquellos viejos tiempos, cuando yo creía en él y creía que él creía en mí. Entonces paro la oreja, a la hora de los rumores mágicos, entre la caÌda del sol y la caÌda de la noche, y me parece escuchar sus melancólicas confidencias.

Teología/3
Fe de erratas: donde el Antiguo Testamento dice lo que dice, debe decir lo que quizá me ha confesado su principal protagonista. Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no supe hacerme entender.
Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían, y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación. Ellos no estaban preparados para escuchar, ni para pensar. Y yo... bueno, quizá yo no estaba preparado para hablar. Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con nadie. Yo había pronunciado bellas frases, como Hágase la luz, pero siempre en soledad. Así que aquella tarde, cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica. Lo primero que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del Paraíso. Adán había puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas. Pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho; pero yo no sabía que el barro podÌa ser luminoso.
Después, lo reconozco, sentÌ envidia. Como nadie puede darme órdenes, ignoro la dignidad de la desobediencia. Tampoco puedo conocer la osadÌa del amor, que exige dos. En homenaje al principio de autoridad, me aguanté las ganas de felicitarlos por haberse hecho subitamente sabios en pasiones humanas.
Entonces, vinieron los equívocos. Ellos entendieron caÌda donde yo hablé de vuelo. Creyeron que un pecado merece castigo si es original. Dije que peca quien desama: entendieron que peca quien ama. Donde anuncié pradera de fiesta, entendieron valle de l·grimas. Dije que el dolor era la sal que daba gustito a la aventura humana: entendieron que yo los estaba condenando al otorgarles la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés. Y se lo creyeron.
Ultimamente ando con problemas de insomnio. Desde hace algunos milenios, me cuesta dormir. Y dormir me gusta, me gusta mucho, porque cuando duermo, sueño. Entonces me hago amante o amanta, me quemo en el fuego fugaz de los amores de paso, soy cómico de la legua, pescador de alta mar o gitana adivinadora de la suerte; del árbol prohibido devoro hasta las hojas y bebo y bailo hasta rodar por los suelos...
Cuando despierto, estoy solo. No tengo con quien jugar, porque los ángeles me toman tan en serio, ni tengo a quien desear. Estoy condenado a desearme a mÌ mismo. De estrella en estrella ando vagando, aburriéndome en el universo vacío. Me siento muy cansado, me siento muy solo. Yo estoy solo, yo soy solo, solo por toda la eternidad.





Hace unas semanas, estuve sentada un largo rato frente a la tv, esa poderosa cosa que atonta, adormece, nos vuelve adictos al control remoto.
De repente me encuentro con una entrevista a Barreda, aquel hombre victimario-víctima de una de las formas de violencia encubierta que sufrimos a menudo, la violencia doméstica.
Pero como no soy juez y menos parte del asunto, sólo quería detenerme un una frase que le escuché decir a este personaje y por alguna razón terminé anotando en mi cuadernito.

LO QUE OCURRIO FUE "EL FRUTO DE LAS PRESIONES QUE DAÑAN LA CORDURA"
1.6.2011
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En la Noche
Esta noche me estiran las calles. 


Con amor de hermanas, algo llevan 

de mí que es de ellas, mis hermanas. 

Y en el hilo de oro de una estrella 

–fina escala– 

de mi dispara y sube, cautiva de este tiempo 

una antigua ilusión que ya olvidaba. 


Desde allá abajo asciende el canto de los 
gallos 
y un aire recién amaneciendo va esponjando 
a la tierra. 
Ah! el canto de los gallos 
donde la noche prolonga su agonía... 

Se orquestan en mi pecho todos esos cantos 
y son ahora –frente al día– 
un clamor de adioses al ensueño.
Liber Falco, poeta uruguayo, nacido el 4 de octubre de 1906. 
Escritor y poeta que nos regaló las siguientes obras:


  • Cometas sobre los muros (Imprenta Stella, 1940)
  • Equis andacalles (1942)
  • Días y noches (Imprenta Herculina, 1946)
  • Tiempo y tiempo (Ediciones Asir, Montevideo, 1956)














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IDEA
Idea ha sido una de mis poetisas favoritas. Por la simpleza de sus poemas, por la forma en que pude y puedo identificarme con sus sentimientos. Cada vez que releo sus trabajos me pasa lo mismo: aparecen siempre nuevos signos, significados posibles a lo que leo.


Si muriera esta noche
Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.



Idea Vilariño

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