ANECDOTARIOS

Este rinconcito es para atesorar lo que mi memoria puede, con el tiempo, ir perdiendo.



SENTIDO COMUN
Un tiempo atrás me fui a un centro de fotocopiado, dónde tienen unas impresoras de fotos a discreción. Me acerqué a una, introduje la memoria SD, apareció el menú preguntando: inglés o español? a lo cual mi costumbre automáticamente pulsó ESPAÑOL. Elegí las fotos, las imprimí, al terminar se desplegó el menú final vomitando un ticket.
Me presento a la caja, una chica sonriente toma el papelito, lo lee y espantada me dice
-Señora, lo lamento, pero este ticket está en español!
-Señorita, los números son diferentes? -pregunté en respuesta.
Con una sonrisa diferente a la primera, algo nerviosa respondió
-Oh! Seven dollars and fifty cents then!




EZEQUIEL
Este sobrino mío nació en Montevideo hace casi doce años. Vino hermoso, arrugadito, rojo como si el vientre de su madre hubiese sido un sol interior. Niño que llegó para traer amor, esa energía contagiosa, calma y necesaria.
Cuando fuimos a conocerte, llegamos con Flopi y la comunión del momento fue jugoso a los sentidos, traías el olor nuevo para mezclar con el olor de lo nuevo para ella: eras su Ezequiel.
Mis recuerdos juntos son imposibles de trasmitir. Juegos, para vos siempre fue mejor la caja de cartón que el contenido...
La última vez que nos vimos, me regalaste unas flores amarillas de esas que caprichosas como nuestro amor crecen en las veredas. Me acompañan desde entonces, en el bolsillo interior de mi billetera. Llevan ahí siete años y se resisten a perder los pétalos, fieles a vos y a mi.
Sos y serás la dulzura en persona.


FLORENCIA
I. 
Contigo compartimos más cosas, más años. Tuvimos más suerte.
Curiosa por naturaleza, trajiste la sangre nueva a la familia. Chiquitita, una cosita tan pequeñita, viniste el mismo día que el traicionado de la patria. 
Siempre hablaste pronunciando muy bien, pero tenías un problema con la palabra ¨cuchillo¨. Te salía cutillo. A esa edad, cerca de cuatro, los viernes a la noche pedías para quedarte en casa de los abuelos con nosotras, tía Vicky y yo.
Esa noche, después de ver dos veces una peli sobre una princesa hindú que te encantaba, empezamos el ejercicio de la palabra en cuestión.
Hicimos varios intentos improductivos hasta que nos venció el sueño.
A la mañana siguiente, cuando abro los ojos, me encontré con los tuyos mirándome fijamente, con una sonrisa triunfal, y me dijiste: cuchillo.

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