FLORES


Las flores me provocan un estado especial. No importa mucho de cual se trate. Las violetas me resultan imprescindibles cada vez que piso la casa de mis viejos, las empiezo a buscar, sé que se esconden entre los yuyos de los paraísos del fondo, o a los pies de los rosales, o le rezan plegarias al jazmín del país que vive enamorado del gomero y no les da cobijo. Siempre termino encontrándolas y armando un ramito que me acompaña los días que paso en esa querida casa.
Los jazmines en diciembre son infaltables, la casa se llena de su perfume, esa simpleza blanca pero irresistible me fascina, así como también las rosas, sin importar color, tamaño, aromas, todas ellas son increíbles.
Y mi capricho por las orquídeas no cesa; hace muchos años que intento cultivarlas, pero son como nosotros, hay que saber entenderlas. Y cuidarlas, mimarlas, si querés que sean tus alidas y te regalen sus flores. Hace un tiempo descubrí que algunas tienen perfumes exóticos, como los sitios de los que son originarias. Marcelo que me regaló una que en la mañana te despierta el olor a chocolate que emana, maravillosa. En estos días estoy disfrutando de una orquídea con flores chiquitas con caritas de pato, cuyo aroma dulzón te provoca morderlas.
Pero no puedo ser injusta con los cartuchos, las dalias, las alegrías, las frescias, los gladiolos, y gracias a la vida por tantos colores.

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